100 mini relatos de amor y un deseo satisfecho

Los relatos cortos no son lo mío, eso de condensar la historia supone un gran esfuerzo ya que has de dar toda la información posible sin extenderte demasiado, pero por intentarlo que no quede.
Bases del concurso.

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MICRO RELATO 1:

MEJOR ASÍ.
Hoy no soy ni la responsable ni la seria jefa de departamento que quiere conquistar a un compañero de trabajo.
Vestida con una de esas prendas, que a nosotras nos hace gracia y a ellos les excita, entro a un local donde la música ensordecedora no creo que me ayude, pero sé que él estará. Y me aguanto.
Mi ropa interior son tres gotas de Channel nº 5.
―Cuánto. ―me susurran el el oído.
No hace falta que me de la vuelva para saber que es él.
―Cuánto.
Repite la pregunta y me doy cuenta que que me ha confundido con un prostituta.
¿Debería sentirme ofendida o aprovechar la oportunidad...?
Dos horas más tarde me visto apresuradamente, antes de que él salga del baño, abro mi bolso y dejo cincuenta euros junto a la tarjeta magnética del hotel.
Cuando se despierte, se dará cuenta de su error.
Espero que también averigüe quien soy.


MICRO RELATO 2:

PUEDE SER.

Hace ya un buen rato que no deja de mirarme y debería empezar a ponerme nerviosa.
Está claro lo que pretende.
Puedo se estúpida y fingir.
Pero no me da tiempo, él ha hecho el primer movimiento.
Espero que me diga algo original, a estas horas no soporto tonterías.
―Te invitaría a una copa pero estoy seguro de que eso no es lo que deseas. ―me dice e intento buscar una réplica contundente, no me gustan los tipos arrogantes pero llevo unos cuantos embellecedores encima y supongo que he bajado mi nivel de exigencia; De todas formas de vez en cuando hay que hacer excepciones.
―¿Qué deseo?
Él me quita la copa, la deja sobre la barra y me ofrece la mano.
Es una invitación en toda regla.
Se le ve seguro de sí mismo.
Espero que cuando amanezca no tenga que asimilar una decepción más.


Este es mi relato erótico:

              Un día de estos - Noe Casado.
    ―Sinceramente, es la hija de puta más sádica que conozco.
    Fue el comentario de Patrick mientras recogía los documentos tras finalizar la reunión. Habían mantenido un tenso debate sobre los problemas de la empresa, pero pensaba que su jefa podía mostrarse más flexible respecto a la caída en las ventas.
    ―Ya veo ―murmuró John, su compañero, mirándole divertido.
    ―¿Qué ves? ―inquirió molesto ante el tonito de guasa. Por cómo guardaba papeles estos iban a quedar hechos un asco.
    ―Una cosita.
    ―No me jodas, tío, que no está el horno para bollos.
    Ambos salieron de la sala de reuniones, el uno cabreado y el otro tocándole la moral.
    ―¿Se puede saber qué te hace tanta gracia? Porque hasta dónde yo sé esa hija de su madre nos ha apretado bien las clavijas, deberías preocuparte por eso en vez de poner cara de payaso.
    ―Y tú deberías olvidarte de que es tu jefa e invitarla a salir. ¡Todos se han dado cuenta de cómo la miras!
    ―¿Pero tú estás bien de la azotea? Salir con ella, dice. Sí claro, ¿Y qué más?
    ―Hombre... yo te puedo dar un montón de ideas para después de la cena, pero estoy seguro que hasta tú puedes apañártelas. ―sugirió sin abandonar el tono bromista.
    No quería hablar más del tema porque el jodido John hasta puede que tuviera razón. Había intentado por todos los medios disimular la atracción, pero por los visto su fracaso era evidente para todos.
    Pero, joder, la sola idea de ir al despacho de Melisa y proponerle algo así...
    ―Decídete ya, campeón. Ve a su oficina, ya sabes que se queda hasta tarde trabajando, su secretaria ya no estará y si eres un poco espabilado hasta puede que te ahorres la cena. ―John movió sugestivamente las cejas.
    ―¿Y se puede saber a qué viene tanto interés?
    ―Ya que lo preguntas, en primer lugar si las cosas te salen medianamente bien puede que se te quite esa cara de mustio que tienes desde hace bastante tiempo. En segundo lugar puede que te desahogues un poquito, tío, ¿Desde cuanto no echas un polvo decente?
    ―Para tú información no necesito que me organices mi vida sexual. Y puesto que tanto te interesa te diré que el fin de semana pasado.
    ―Que follaras con una tía que te ligaste a las tres de la mañana no es echar un polvo decente. ―aseveró John ―Y en todo caso de haberlo sido no te pondrías en evidencia delante de ella.
    No hacía falta preguntar qué parte de su cuerpo se ponía en evidencia.
    ―No tiene ni puta gracia.
    ―Lo sé. ―dijo su amigo palmeándole la espalda. ―échale un par de huevos, no creo que te resulte muy difícil, que recuerde antes no se te escapaba una.
    John animando al personal no tenía rival, pero claro, había un factor diferente en todo esto. Llevarse al huerto a una desconocida era cuestión de paciencia, intentarlo con tu jefa era jugarse todo a una carta.
    ―Creo que olvidas un pequeño detalle ―murmuró Patrick.
    ―Hmmm, ¿Cuál?
    ―Que tiene novio, pedazo de gilipollas.
    ―¿Y?
    ―Hay que joderse ―se pasó la mano por el pelo ―no creo que hoy sea el día elegido para serle infiel ¿No te parece?
    ―Repito ¿Y? ¿Desde cuándo ese es un obstáculo insalvable? Que conste, no debería ayudarte porque eres un dolor de huevos, pero he sabido por su secretaria que estar al borde de la ruptura. Por lo visto el novio es un muermo.
    ―Eres un chismoso de mucho preocupar.
    ―Ya, pero a ti te viene de puta madre.
    ―Ya veremos. ―dijo sin estar del todo convencido.
    Miró el reloj, las siete de la tarde. Allí no quedaba ni el apuntador. A excepción de Melisa que siempre se iba la última. Y estaba planteándose su suicidio laboral, acuciado por un amigo demasiado observador para su gusto.
    ―¿Puedo hacer una sugerencia más? ―inquirió John.
    ―No.
    ―Me da a mí que una mujer como ella es de las que necesitan mano dura, ya me entiendes...
    ―No digas más gilipolleces, por favor. No creo que sea de esas. ¿Tú la has visto bien?
    ―A diferencia de ti, que la miras como si fuera la solución a todos los problemas de la tierra, sí, me he fijado, en la forma en la que habla, en sus gestos; está muy segura de sí misma pero en el fondo busca otra cosa. Algo más intenso. Y si conocieses al novio... ―John negó con la cabeza. ―Entenderías lo que quiero decirte.
    ―Pues entonces tengo un problema serio porque me he dejado la bolsa de sado en casa, ¡no te jode!
    ―Qué poquita imaginación tenéis los heteros, ¡Por Dios!
    ―Mira, me voy a casa. No voy a escucharte ni un segundo más, me pones la cabeza como un bombo.
    Patrick le dejó plantado en medio del pasillo y se encaminó hacia su despacho, tenía que recoger los datos de los clientes para visitar en los próximos días y en vista de que esa noche no iba a tener nada mejor que hacer pues adelantaría trabajo.
    Con los documentos en la mano meditó las consecuencias de atreverse o no. John había realizado un trabajo de primera metiéndole el gusanillo de la duda.
    ¿Podía hacerlo?
    Al fin y al cabo era una mujer ¿No?
    Y él se quitaría de encima ese run run interior.
    Por no hablar del morbo añadido.
    ¿Y si era cierto lo que John insinuaba?
    ¿Y si se dejaba de elucubraciones y se iba para casa?

    * * *

    ―Adelante. ―murmuró sin despegar la vista de la pantalla. Se suponía que a esas horas estaría sola y que nadie molestaría, pero no, por lo visto siempre hay algún inoportuno visitante.
    Cuando le vio entrar se ajustó las gafas; el que faltaba, pensó con desagrado. El gallito del corral, el ligón oficial de la empresa, el tío más chulo y prepotente de la plantilla.
    Sabía que su cargo implicaba lidiar con tipejos así, de esos incapaces de asumir que una mujer está por encima de ellos, pero éste, como empleado insumiso, se llevaba la palma. Hacía de su capa un sayo, se pasaba por el arco de triunfo las directrices que ella marcaba y encima se empeñaba en discutir públicamente, de tal forma que siempre acababa con dolor de cabeza.
    No era tonta y sabía que él acataba las órdenes porque no le quedaban más cojones, no porque asumiera quién mandaba allí.
    ―¿Haciendo horas extras? ―peguntó con aire indiferente.
    ―No. ―respondió tragando saliva. Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba. Como era de esperar, no iba a facilitar las cosas.
    ―¿Entonces? ―mantuvo su tono cortante.
    Patrick sabía que si empezaba con el rifi rafe verbal acabarían agotados pero no del modo que él quería, así que pasar a la acción era la única vía posible.
    Avanzó hasta situarse junto a ella, movió el sillón para encararla de frente y sin pensárselo dos veces (si lo hacía corría el riesgo de darse cuenta de lo que implicaban sus acciones) tiro de ella para tenerla de pie.
    ―¿Pero que...?
    ―Silencio. ―ordenó y se sorprendió a sí mismo por la vehemencia con la que había hablado pero especialmente por la cara de desconcierto de ella.
    Claro que Melisa no era una mujer dispuesta a claudicar a las primeras de cambio.
    ―Esto es una broma de mal gusto. ―se quejó intentando soltarse.
    Pero lo llevaba crudo pues la acorraló contra su propio escritorio, de tal forma que si pensaba moverse tropezaría con el cuerpo de él.
    Como se había dejado la bolsa de sado en casa se desabrochó la corbata y con ella amarró sus manos a la espalda, así mataba dos pájaros de un tiro, la tenía inmovilizada y evitaba que le sacara un ojo con las uñas.
    Aunque tanta improvisación podía jugarle una mala pasada.
    ―Eso para que te enteres. ―le espetó tras propinarle una patada en la espinilla.
    ―No gastes energías, esta vez me voy a salir con la mía ―aseveró inclinándola sobre la mesa dejando su trasero bien expuesto. ―Pero si insistes… ―¡Zas! El primer golpe resonó en toda la estancia al igual que los sonidos inarticulados de Melisa ante tal atrevimiento. ―¿Decías? ―preguntó empezando a disfrutar, no sólo el hecho de golpear tan estupendo culo sino por la escena en sí y sus implicaciones.
    ―¡Suéltame! ―exclamó enfadada. Muy enfadada. ―¡Ahora! O atente a las consecuencias.
    Patrick, que seguía sin plantearse esas consecuencias por miedo a perder el valor de continuar, se inclinó sobre ella hasta poder hablarla en su oído:
    ―No insistas. No chilles. No hay un alma que pueda oírte. No malgastes energías y acepta de una puta vez que ahora mando yo.―aseveró en voz baja, insinuante.
    ―¡Estás loco! ―chilló intentando disimular el escalofrío que sintió al escuchar tales amenazas. No debería reaccionar así, estaba perdiendo el norte.
    ―Veamos qué escondes debajo de esa falda negra.
    Sin vacilar bajó la cremallera situada en la parte trasera y poco a poco fue descubriendo algo con lo que no contaba: ropa interior roja.
    Recobró la movilidad en las manos para terminar de quitársela y poder contemplar a gusto lo que Melisa escondía. Pegó un silbido de admiración.
    ―Dime que llevas el sujetador a juego y me caso contigo.
    Ella casi se atraganta al escucharle. Definitivamente Patrick había perdido la cabeza. Pues claro que iba a juego. Quería replicarle de forma cortante pero él se encargaba de despistarla con sus manos trabajando sobre la piel expuesta.
    Notó cómo recorría desde el trasero hacia abajo, despacio, para que sintiera cada roce de las yemas de sus dedos, moldeando sus muslos, consiguiendo que gimiera por primera vez olvidando por un instante que no deseaba esto.
    ―No sigas, por favor. ―le dijo abandonando su tono cortante.
    No debería excitarse, no debería disfrutar, no podía estar pensando en dejarse llevar.
    Claro que él hizo caso omiso a tal ruego.
    ―Me encanta esa voz que has puesto ―canturreó él y acto seguido abandonó sus piernas para comprobar por sí mismo cómo conjuntaba la ropa interior.
    La incorporó para desde atrás y soltó uno a uno los botones de su blusa, esos botones que siempre observaba tensarse cuando se reunían y le hacían perder el hilo de la conversación. Ahora estaban a su alcance.
    Una vez hechas las comprobaciones la miró a los ojos, no supo interpretar bien su mirada. ¿Estaba verdaderamente disgustada? ¿Quizás ella no quería seguir con el juego? ¿A lo mejor debía dar marcha atrás?
    Acarició su pecho por encima del sujetador y salió de dudas. Ella entrecerró los ojos, no de esa forma que le advertía que se estaba metiendo en problemas, no, esta vez pudo ver que contenía la respiración, se estaba excitando y si no o declaraba abiertamente es porque seguramente quería mostrarse indiferente.
    Cuando apartó la copa observó que su pezón estaba duro, así que llevárselo a la boca resultaba imperativo.
    Melisa ya no pudo contenerse más. Sería estúpido fingir que su cuerpo no reaccionaba a las caricias de él. Hacía tanto tiempo que no se sentía así...
    No recordaba la última vez que su cuerpo respondía de esa forma, calentándose, preparándose, ansiando, necesitando... de un tiempo a esta parte sus encuentros sexuales se podrían definir como escasos y sobre todo decepcionantes. Carentes de emoción. Nada que con lo que ahora estaba sucediendo, permitiendo que sucediera, en su propio despacho.
    ―Deja de darle vueltas, va a suceder. ―él interrumpió sus pensamientos exponiendo claramente un hecho. ―No puedes.... ―cambió de pecho ―negar la evidencia.
    Pero qué arrogante, qué chulo, qué vulgar y qué bien sabe lo que hace, pensó mientras se arqueaba para facilitarle el acceso.
    Iba a dejar que ocurriera, a pesar de las implicaciones posteriores, iba a dejar que el gallito de la empresa la follara y ella iba a disfrutarlo.
    ―Deja de decir tonterías y desátame.
    ―No estoy tan loco ¿Sabes? ―respondió él a su orden mientras se dejaba caer de rodillas para encontrarse cara a cara con el tanga rojo que le traía por el camino de la amargura. Colocó las manos a ambos lados de sus caderas y sin más contemplaciones se lo bajó dejándola todavía más expuesta.
    Se movió inquieta, al fin y al cabo era la única que estaba casi desnuda, él sólo se había deshecho de su corbata.
    ―Precioso. ―ronroneó al tocar su bello púbico. ―Veamos que más sorpresas escondes. ―dijo sonriéndola.
    Ella inspiró bruscamente, al notar cómo unos dedos, bastante hábiles por cierto, separaban sus labios vaginales, cómo esparcían sus fluidos producto de la excitación y...
    ―¡Oh, diossssssssss! ―ya no quedaba sitio para la contención. La primera pasada de su lengua hizo que se quedara clavada en el sitio, que sus piernas se tambalearan y llegó a una conclusión: que si debía rogar para que continuara lo haría sin dudarlo.
    ―Joder, qué bueno. ―murmuró él sin despegarse demasiado de su piel, recorriendo con su lengua cada recoveco, cada milímetro, buscando con sus labios lo que seguramente ella le estaba pidiendo sin palabras.
    Se mordió el labio inferior al sentir cómo él acariciaba y presionaba sin descanso su clítoris, consiguiendo en cada uno de esos roces que avanzara un paso más hasta el orgasmo que últimamente resultaba tan esquivo.
    Pensar que era Patrick quien estaba entre sus piernas lamiéndola añadía puntos a esta extraña perversión, si a esto se sumaba el lugar dónde estaban... sus terminaciones nerviosas no dejaban de producir miles de ráfagas creando la situación perfecta para correrse.
    Estaba claro que sabía lo que hacía, aunque... si aceleraba un poco más...
    De repente él frenó en seco.
    ―¡Sigue! ―le exigió desconcertada. Todo iba a las mil maravillas.
    ―Ni hablar. ―él se puso de pie ―No voy a dejar que te corras tú sola, te conozco, luego eres capaz de dejarme empalmado. ―Empezó a desabrocharse los pantalones.
    ―¡No soy de esas! ―le espetó molesta por la velada crítica. ―No voy por ahí calentando braguetas, si es lo que insinúas.
    ―Pues me has tenido bien cachondo últimamente. ―replicó liberando su erección.
    Por supuesto la mirada de ella se dirigió hacia su polla, si no estuviera atada... las cosas que podría hacer. Estaba atada pero no amordazada, quizás...
    Se humedeció los labios pensando en la posibilidad de caer de rodillas y demostrarle qué tipo de mujer era, una que a pesar de que últimamente follaba menos que el chófer de papa, sí, tenía iniciativa, sí, quería echar un polvo y sí, necesitaba un buen revolcón.
    Se dejó caer y perdió el equilibrio.
    ―¿Se puede saber qué haces? ―preguntó él ayudándola a incorporarse. En un descuido, mientras buscaba un condón en su cartera, esa loca se había tirado al suelo. Cayendo de forma poco elegante.
    ―Demostrarte que sé jugar a esto también como tú. ―dijo orgullosa y señaló con un gesto su entrepierna. Después, para dar más efecto a sus palabras, se comportó como una descarada y mala actriz porno, sacó la lengua excesivamente.
    ―¿Quieres chuparme la polla?
    Hay cosas que nunca fallan, pensó.
    ―¿Te supone algún problema?
    ―Joder, no ―respondió dejando sobre la mesa el preservativo, aún en su envase. ―pero estás loca si voy a arriesgar mi integridad física metiéndotela en la boca. No me fío.
    Ella arqueó una ceja.
    ―¿De verdad no quieres? ―le preguntó con un tono sugerente sobreactuando.
    ―Ningún tío dice que no a una buena mamada pero no quiero correr riesgos.
    Un poco trastornado ante la invitación, sorprendido al ver a su jefa de rodillas ante él pero sobre todo confuso por haber rechazado tan sugerente propuesta la ayudó a ponerse en pie.
    Sin desatarla, no era tan tonto, la sentó sobre el escritorio y la posicionó a su antojo.
    ―¿De verdad no quieres que te la chupe?
    ―Deja ese tono de línea erótica y vamos al meollo de la cuestión. ―abrió con los dientes el envoltorio del condón, o al menos lo intentó.
    ―¿No tiene abrefácil?
    ―Joder, cállate, ¿de acuerdo? ―parecía enfadado consigo mismo por los problemillas técnicos.
    Ella se rió ante sus dificultades.
    ―¿Estás nervioso? ―puede que fuera el ligón oficial de la plantilla pero verle así la gustó.
    ―Follarse a la jefa no es algo que pase todos los días. ―refunfuñó.
    Y ella le sonrió, se sintió conmovida, por alguna extraña razón dejó de catalogarle como el típico chulito, de esos que te dicen nena y que se creen que son un regalo para el género femenino. Notó un pequeño gesto de vulnerabilidad, y la gustó, puede que la hablara en ese tono vulgar y despreocupado, al que no estaba acostumbrada, pero resultaba diferente.
    Por fin, enfundado, más que dispuesto y a punto de explotar se situó entre sus piernas.
    ―Bésame. ―le pidió en un susurró.
    ―¿Vas a morderme? ―inquirió él medio en broma.
    ―Depende. ―siguió en su papel de chica un poco guarrilla.
    ―¿De qué? ―jadeó al colocarse justo a la entrada y empujar con fuerza. Pasó una mano alrededor de su cintura para que con el ímpetu que mostraba no se alejara de él.
    ―De si eres tan bueno como dicen.
    Se limitó a sonreír de medio lado y metérsela hasta el fondo. Ella, al no poder sujetarse con las manos y depender de él para no caerse decidió utilizar sus piernas a modo de tenaza y anclarse a él.
    Inmediatamente el motor interno de Melisa empezó a subir de revoluciones, como cuando pisas el acelerador y observas al velocímetro ir subiendo, vas a infligir unas cuantas normas pero lo necesitas, al diablo con las consecuencias, pisas de nuevo el pedal y entra el turbo.
    ―Esto... es... jodidamente... bueno. ―Gruño al ritmo de sus embestidas.
    Ella no podía negarlo, pero siempre era mejor espolearle un poco.
    ―No... está... mal. ―jadeó.
    Patrick prefirió dejar ese comentario y concentrarse en lo importante. A la velocidad que había impuesto iba a ser cuestión de cinco minutos llegar a la meta y, si bien resultaba tentador, la sola idea de dejarla a medias, exponiéndose a los comentarios mordaces posteriores, le hizo recapacitar y esmerarse, aún más.
    ―La próxima vez lo haremos en mi cama. ―aseveró arriesgándose.
    ―O en la mía. ―dijo ella sorprendiéndole.
    Ninguno de los dos era muy consciente de lo que esas palabras implicaban, pero ya se sabe que en ciertos momentos se pierde momentáneamente la capacidad de raciocinio.
    Melisa, que ya no sabía cómo sujetarse, cayó hacia atrás, arrastrándole consigo. No le importó, ni loco iba a perder el contacto, ella estaba a punto, notaba su respiración alterada, sus piernas abrasándole, sus músculos internos exprimiéndole y sus dientes marcándole el hombro.
    Un poco más, rogó en silencio, un poco más. No era muy amiga de esa postura pero por una vez, y sin que sirva de precedente, estaba recibiendo la estimulación necesaria para alcanzar el orgasmo.
    ―Sí, sí, síííí, oh, joder, sí.
    Esos gritos fueron música celestial para sus oídos pues, además de confirmar que había hecho los deberes, le daban vía libre para alcanzar su propio clímax.
    Y lo hizo clavándole los dedos en las caderas, dejando su propia marca, tal y como ella, con toda probabilidad, había hecho en su hombro.
    Cuando consideró que podía respirar medianamente bien se levantó, se ocupó de deshacerse del preservativo, después se inclinó para recuperar su corbata y le dio un pequeño masaje.
    Melisa rotó los hombros, bien valía unas pequeñas molestias a cambio del placer recibido.
    Él se subió los pantalones y de paso recogió del suelo las prendas de ella, en silencio se las entregó.
    ―No tan deprisa. ―dijo ella recuperando su voz de mando.
    Patrick cerró los ojos, ahora venía su defenestración.
    Ella se bajó de la mesa le quitó la corbata de las manos, observó su estampado y acto seguido levantó el cuello de su camisa para colocársela, en silencio le hizo un nudo perfecto.
    Después le empujó hasta que quedó sentado en el sillón y se subió a horcajadas.
    ―Me das miedo.
    ―Dime una cosa. ―le pidió apartando los inoportunos pantalones. ―¿No tenías pensado invitarme a cenar antes?
    Tardó un poco más de la cuenta en procesar y sopesar todos los significados de la pregunta.
    ―Puede ser. ―dijo mirando hacia abajo e inspirando para aguantar la tortura de unas manos recorriendo su polla en vía de reanimación. ―Pero a estas horas puede que... ―hizo una pausa al sentir que ella se alineaba perfectamente para ser penetrada ―... nos cueste... un poco... encontrar... ¡joder, qué bueno!
    Ella empezó un balanceo suave, rítmico y constante. Ahora tenía la sartén por el mango y a él no le importaba.
    ―No vuelvas a atarme. ―susurró mordiéndole la oreja. ―Ni a azotarme. ―otro mordisco porque sí ―A menos que yo te lo pida.
    ―De acuerdo.
    Cuando quince minutos más tarde ella descansaba sobre su hombro, él la peinaba distraídamente y ambos recuperaban sus biorritmos, ella murmuro:
    ―¿Qué pasará después de haber follado unas cuantas veces, de haberme invitado a cenar y de discutir acaloradamente?
    Él sonrió.
    ―Primero, deja a tu novio, segundo, pide mi traslado a otro departamento y tercero, ¿En tu casa o en la mía?

Comentarios

  1. Noe, mañana colgare en mi blog la reseña de tu libro Divorcio ^^ lo digo por si quieres pasarla a ver =) Me ha encantado el libro!!

    Besos y te sigo!

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